De Regreso a San Pedro

Torres de la Peña

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De Regreso a San Pedro

“Como el 21 ó 22 tío Graciano vendió su casa en Linares y regresó a Iturbide, nosotros seguimos allá dos o tres años más, regresamos por el 24 (p. 14). Allá estuvimos siete años (p. 11).

“Yo estuve uno o dos años en la escuela en Linares (p. 14). Elena y yo estuvimos hasta cuarto año en Caja Pinta, al volver aquí repetimos cuarto porque nomás hasta ese grado había (p. 15).

“Mi maestro fue don Eliseo Ábrego, era muy buen maestro. Se trabajaba los dos turnos: mañana y tarde. Yo creo que en esos cuatro años se enseñaba lo que pueden enseñar ahora en primaria y secundaria (p. 15).


“Al regresar de Caja Pinta Rutilio volvió al comercio (pp. 15-6). Salíamos a vender mercancía a los ranchos, un día mi papá y yo, otro papá y Daniel. Vendíamos cuartos de café, café en grano o en greña, piloncillo, el azúcar se acostumbraba muy poco, aunque había granulado y en cubos, éste venía en cajas de madera. También vendíamos hojas de tabaco porque éste se acostumbraba mucho, casi todo mundo hacía sus cigarros de tabaco en hojas de mazorca, o cajitas de cigarros `Alondra´ y `Tigres´

“De regreso comprábamos gallinas, cabritos o cabras, y ya en Iturbide a estos animales los mataban y salíamos a vender la carne por piezas: una pierna, espaldilla, espinazo o machitos . En ocasiones yo, a veces Daniel. Él era dos años menor que yo. Yo del doce (1912) y él del catorce, así es que yo tenía 13 años y él 11 (pp. 17-8).


“Cuando tenía 14 años me fui por un año a Linares de dependiente en la tienda de Eusebio Velasco, y de allí otro año a Saltillo con mi primo Moisés (pp. 24-5). La tienda que abrió Moises en Saltillo se llamó “La Reforma”. La mercancía era diferente de lo que se vendía en Linares: azúcar en cubos para el café, aceitunas, pan de dulce, blanco o francés … bueno … una infinidad .. había dos molinos de trigo: “El Diluvio” y “El Fenix” (p. 33).


“Moisés fue un hombre bueno … ayudaba a la familia … a los que estaban amolados, les daba cada mes sus diez, sus veinte pesos, en aquel tiempo era buen dinero (pp. 34-5). Creo que a mí me pagaba quince pesos cada mes, pero vivía y comía con ellos (pp. 44-5).


“Cuando regresé de Saltillo dijo papá: `¿Qué andas haciendo?, ¡ponte aquí a ver los animales!´, las cabras que tenía en La Colorada. Dijo:`Estaría bueno que te vayas allí, a cuidarlas´.

“`¡Bueno ... sí me voy!´. Me llevaba libros, novelas; me gustaba mucho leer novelas. Allá estuve un tiempo (p. 35).


“Al tío Pablo de la Peña se lo llevaron para Saltillo en 1924, no lo podían sacar de aquí (p. 74).


“Los Castillos vivían al poniente de la iglesia. Isidro (padre) era un hombre muy inteligente: carpintero, albañil, músico (tocaba el violín y la tambora); le daba a todo. Murió de tuberculosis, entonces era incurable (pp. 69-70). Los hijos (Emilio e Isidro) le vendieron la casa a Lupe Torres (p. 70).


Armando tenía 17 años cuando murió don Rutilio, el 14 de septiembre de 1929 (p. 38).


“Regresamos de Linares a Iturbide en 1924 y papá murió en 1929, todavía no tenía ni cincuenta años. Yo andaba en Linares porque me habían mandado a vender unos tercios de cueros de cabra y tejas de cera de abeja. Había ido a caballo. Creo que Daniel andaba buscando una vaca, o no sé qué, no estábamos ninguno de los dos. Fueron a ver a doña Mariana Pérez, ella era partera y curandera, a ver qué lucha le hacía. El dolor era cada vez más fuerte, por lo que llamaron a tío Graciano (P. 21).


Al morir don Rutilio los Torres de la Peña vendieron las cabras que tenían en La Colorada, se quedaron sólo con las vacas y una huerta en el Arroyo La Colorada, al norte de la Plaza (Los Nogales). Allí sembraba hortalizas Armando, y las que no consumían en su casa iba a venderlas a Linares, y aprovechaba la vuelta para comprar los alimentos que escaseaban en la Villa (p. 37-8).

Daniel, aunque en orden cronológico era el cuarto de los hijos, por algún tiempo (hasta que se casó) tomó el papel de “jefe de familia”: se hizo cargo de los animales, de las labores que tenían en Caja Pinta y de cobrarles a quienes le quedaron a deber a su papá.


El tío Graciano compró el potrero de Sotolillos (desde Las Tierritas Blancas hasta el límite con la Troje) y se los dio a sus sobrinos para agostadero de las vacas. Doña Jesusita, su esposa, iba comprando las propiedades que querían vender sus hermanos y las registraba a nombre de Altagracia, que era la penúltima de sus hermanas (Armando, p. 63) .