Para el Nuevo Milenio...

Moises T. de la Peña Meléndez

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A partir de nuestro primer antepasado conocido, Don Cristóbal de la Peña, con quien seguramente se inició el siglo XVIII, en 1,976 ya está en marcha la décima generación entre sus descendientes conocidos, esto es siguiendo la línea de Pablo y Ana. Lo aclaro pues debe haber algunos centenares de otras familias también descendientes de áquel, pero de las cuales no tengo noticias completas y dignas de fiar.

Estos tataranietos de mis padres, nacidos hasta los 110 años de que nació mi madre (cinco generaciones), ya se acercan a una docena, todos menores de siete años, y garantizan para fines de este siglo XX algunos retoños que iniciarán la decimoprimer generación (11a. G), al término de 300 años a partir de Don Cristóbal, repito. Con la notable característica de haberse significado por una poco común longevidad y un muy bajo índice de mortalidad infantil, fenómenos propios de gentes de pueblos desarrollados, con la contradicción, muy puesta en su lugar, por lo demás, de una exagerada fecundidad, decididamente propia de pueblos subdesarrollados, que justamente es el caso de México.

En esto último el “campeonato” corresponde a Don Eulogio Meléndez, el ya citado hermano de mi abuela materna. Radicó en Galeana y después en diversos lugares de la frontera norte, con 24 hijos logrados, y por cierto que muy bien logrados en cuanto robustez y atractivo físico, más la particularidad poco frecuente en familias numerosas de significarse la mayoría de sus componentes por su prosperidad económica, y en consecuencia destacada posición social. Uno de estos veinticuatro hijos, Aureliano, rico comerciante, fue el único que permaneció fiel a Galeana, y murió durante la Revolución; dejó seis hijos que con los nietos y bisnietos viven en La Laguna. Casi todos ellos hicieron honor a la fama familiar de longevos.

Don Eulogio y su esposa fueron festejados en Ciudad de México, con otros matrimonios, por contarse entre los más prolíficos de la República, cuando acudieron desde Ciudad Juárez al llamado gubernamental en 1,910, en ocasión de las fiestas patrias.

Calle Juárez ( vista desde la Calle Independencia )

En cuanto a número y longevidad, mi familia no se queda muy a la zaga, como ya se ha hecho hincapié. Mis cuatro abuelos y mis padres sumaron al morir 495 años (promedio de 81.6). Los 13 hermanos que sobrevivimos cuarenta y seis años después de la trágica muerte del hermano Ciro, sumamos 868 años antes de morir Teresa, en marzo de 1,964; y en diciembre de 1,972 alcanzamos el máximo de nuestra historia los 12 restantes, 893 años, antes de morir Pablo. Los 11 restantes sumamos 861 antes de morir Concha, en noviembre de 1,976. Este último mes dimos el bajón a 772 los 10 que quedamos; para iniciar el 1,977 con no muy malas perspectivas, como para superar de nuevo los 800.

El mayor de nosotros, Elías, con más de 90 años, no pierde su nerviosa agilidad, y aún se atreve a treparse a sus manzanos en la época de la recolección de la fruta. La “bebé” de la tribu en inusitada luna de miel, con sus 67 años, se casó en primeras nupcias en noviembre de 1,976; no para legalizar una situación de hecho, como podrían pensar almas caritativas dado lo poco común del hecho, sino que simplemente se trata de “un caso Meléndez”. No hay por que darle vueltas a la murmuración, que no parece haber fundamento.