Leyenda de la Llorona

Actas, Informes, Cuentos y Leyendas

<Anterior] 05 [Siguiente>

Leyenda de la Llorona

Usted no me lo crea a mí, yo cuento lo que he escuchado. Unos dicen que sucedió en La Troja, otros … que fue en El Faro (Constitución, entre Juárez y Madero).


Era el primer sábado después de Semana Santa, parecía que iba a anochecer antes de tiempo. El calor y el vapor se mezclaban a ras de tierra, y al subir por las cuestas de San Pedro se hacía difícil el respirar.


La gente miraba al cielo encapotado y pensaba: “sería bueno que lloviera de una vez por todas”, pero nada que llovía, y la tarde casi oscura se alargaba.


En lo que había sido una troje, Joaquina le atizó a la lumbre de la chimenea que tenía en un rincón, con una astilla de ocote encendió un quinqué y lo puso en un banco, se acercó al camastro y vio que los dos niños dormían tranquilos.


Salió sin hacer ruido, con mucho cuidado estiró la puerta, y ligerita se encaminó por la vereda de entre los polocotes hacia el arroyo.

Mientra bajaba, iba pensando: “No le aunque que quede más lejos de mi comadre ... y de todo, pero vale la pena, así sea casa prestada. Acá estamos mejor que en el jacalillo de antes, junto a la suegra. Pero que ni se imaginen que voy a dejar de hablar con la comadre, aunque sea un ratito a estas horas, antes de que los hombres vuelvan del potrero”.

Todavía iba bajando con rumbo a los magueyes mansos cuando comenzó a soplar el viento. Primero fue una brisita suave, y poco a poco se fue limpiando el cielo; como por arte de magia se fue la nublazón y se asomó la luna llena … después … aumentó el vendaval. Los pájaros refugiados en los árboles hicieron algarabía unos minutos, y luego guardaron silencio.


Enseguida las ramas de los arbustos comenzaron a retorcerse y a golpearse entre sí, la ventisca hacía crujir los troncos de los encinos y nogales viejos … las ramas altas se movían como danzantes de rituales … y el aire se escuchaba como silbidos en sordina, de esos que nada más de oírlos se le erizan a uno la piel del cuello.


Cuando Joaquina salió de la hondonada se alarmó al ver que su comadre venía corriendo hacia ella y haciendo aspavientos. Instintivamente giró la cabeza hacia su casa y vio que del techo salían grandes llamas, era una bola de fuego.


Fue en ese momento que se trastornó. Allí mismo se dio la vuelta para deshacer lo andado y empezó a gritar: “¡Mis hijos …!, ¡Ay … mis hijos!”. Pero ya no siguió por la vereda, se fue corriendo a través del matorral, perdiéndose entre las jarillas y cayendo sobre uñas de gatos; resbalando por barrancos, dejando jirones de ropa en los espinos y rastros de sangre por todos lados.


Enloquecida se fue para abajo, corriendo por la orillas del arroyo cruzó el pueblo y siguió hasta El Calabozo.


La gente por algún tiempo habló de aquel extraño suceso, de que en cuanto se consumió lo de adentro y el techo, se formó un remolino que empujó las llamas sobre lo ya quemado y con ello se apagó el fuego.


Eso fue hace muchos, muchos años, y desde aquel tiempo la casa quedó abandonada, pero todavía hay quienes aseguran que en los sábados de luna llena y remolinos de viento se oyen ruidos por el arroyo, como murmullos, como quejidos, como lamentos.