El “Mula” de Don Manuel

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El “Mula” de Don “Manuel”

La historia oficial narra que el General Mariano Antonio Guadalupe Escobedo de la Peña nació en Galeana … y en parte tiene razón, porque aunque él nació en El Saucillo por entonces éste era parte de aquél Municipio, y sus padres también tenían casas en el rancho El Tunal, la Hacienda de San Pedro y la cabecera municipal de Galeana. Fue hasta 1850 que se reconoció a San Pedro de Iturbide como Municipio independiente, y para entonces Mariano ya era un hombre.


Lo que no cuenta esa historia es que don Manuel y doña Rita también tuvieron otros hijos y, como siempre, algunos salieron ejemplares y otros “unos mulas” o sinvergüenzas, hasta parece que hubo un cura.


La casa de Doña Rita de la Peña en San Pedro todavía es fácil de identificar, se encuentra en el cruce de las calles Juárez y Morelos, o contra esquina noreste de la Plaza de Armas.


Mientras Mariano Antonio realizaba hazañas y acumulaba triunfos en la Guardia Nacional, su hermano “Manuel” se pasaba la vida haciendo “muchachadas”. Se dice que él y sus amigos hasta tenían un estribillo: “… y cuando nos andan cerquita, nos vamos a casa de mamá Rita”.


Contaban los viejos que por aquellos años lo mismo pasaban de noche por la hacienda arrieros con treinta o cuarenta mulas cargadas con mercancías, que se escuchaba que por los caminos andaban partidas de bandoleros.


La gente nomás con oír el sonido de los cascos de los animales sabía si éstos venían cargados o no, si iban de paso o hasta aquí llegaron, si eran más de veinte o sólo unos cuantos …


En cierta ocasión “se dijo” que “Manuel” llegó después de los primeros gallos con una recua grande, y al día siguiente desde temprano se desataron los comentarios.


Algunos aseguraban haber oído por la noche el trote de caballos que iban calle abajo y se perdía por el arroyo. Lo raro, decían, fue que el mismo ruido los despertó varias veces.


También hubo quien aseguró haber oído una y otra vez, hasta antes del alba, caballos galopando por la Plaza de los Arrieros hacia el potrerillo El Palomocho.


Otros dijeron que al oír tanto alboroto de caballos pensaron que los bandidos andaban rondando, y se encerraron a piedra y lodo.


No faltó quien creyera que “Manuel” había hecho otra de las suyas y que lo andaban siguiendo, por eso tanto trajín.

Pero los más ni perdieron el sueño, dijeron que les había arrullado un sonido como de cascos que llegaba de la nada y se iba a la nada, una y otra vez, como en los aironazos de febrero o marzo.


En aquel tiempo las noticias se movían lento, y para cuando se supo que habían asaltado un envío del Real de Catorce y que no había ni rastro de los bandidos ni señas de lo robado, pocos lo asociaron con el asunto de los caballos que galopaban en la madrugada, o como dicen por acá: “callaron para no echarse enemigos”.


Pasaron los años y cada vez se habló menos de las “bribonadas” de “Manuel”, así es que la historia se fue olvidando.


A la vuelta del siglo la casa de doña Rita ya había pasado por varias manos, en ella se habían vivido épocas de abundancia, pero también de abandono.


Un día una sirvienta que se hallaba preñada y acostumbraba buscar en los huecos del ripiado de las paredes pedacitos de piedra caliche para chuparlos y satisfacer el antojo, encontró un rollito de papel viejo y destrozado, casi deshaciéndose. Ella no sabía leer, así es que se lo entrego a su patrona:

“ … al atardecer, cuando el sol resbala por el filo de La Sarnosa … desde la calle … ilumina la boca del horno panadero … hasta donde termina la sombra del pirul viejo … en ángulo recto, tomando la noria como referencia … al norte tres varas y media …”.


Fue así como salió a la luz “el derrotero” y se volvió a hablar del secreto a voces de “Manuel”. De allí en adelante, durante meses, al anochecer, cuando los amigos se reunían en el tendajo alrededor de una lámpara de petróleo, el tema de “la relación” fue recurrente.


Hubo quienes consultaron a los hombres y mujeres más viejos del pueblo, para que buscaran entre sus recuerdos dónde estuvo el “dichoso panadero”.


Doña Ambrosia, la mamá de don Rafael, recordó que cuando ella era joven en todo el pueblo había sólo una calle, y lo demás eran veredas. Lo que hoy es la calle Morelos, hacia el arroyo era un callejón de no más de cincuenta metros de largo, llegaba hasta la entrada al corral y de allí para adelante era un basurero … para ir al arroyo había una veredita. Donde hicieron la puerta al corral y la rastrojera antes era pura huerta … y al panadero lo cambiaron de lugar varias veces … estuvo junto a la cocina … por el aguacate viejo … y casi a medio patio.


Cuando le preguntaron a don Candelario, éste fue más breve:

-Deje todo como está. ¡Lo que no es pa´ uste´, no es pa´ uste´!.

Hasta la fecha no se ha encontrado “la relación”. Sin embargo, si usted platica con algunos de los vecinos actuales del pueblo le van a confirmar que es cierto, que en las madrugadas de aironazos de repente se oye el galopar de caballos calle abajo, y otros le dirán que no, que es calle arriba …


¡Nomás pregunte y verá!.