Pero, “de Todo Hay en la Viña del Señor”

Moises T. de la Peña Meléndez

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Pero, “de Todo Hay en la Viña del Señor”

En cambio el abuelo paterno “comía como un pajarito”, según el decir familiar. Un grave y barbado señor, muy de su casa, y la respetabilidad andando.

Igual podría decirse de mi padre, el intelectual autodidacta del pueblo, y respetado consejero.

Pero, como luego dicen, “de todo hay en la viña del Señor”. En mi infancia, años antes de la Revolución, me solazaba oyendo picantes anécdotas contadas entre los viejos rancheros que conocieron al bragado curita hermano del General Escobedo, allá por los llanos desérticos de Galeana, en los tiempos de la Guerra de Reforma, de la Intervención y del Imperio: jugador de gallos, gran jinete, dado a los bailes de rancho, a cuyos patios llegaba por las noches rayando su caballo y dispersando a las bailadoras. Se decía que le gustaban mucho las rancheritas, y de ahí su afición por los bailes.

De lo que antecede podría desprenderse, de manera un tanto atrevida, una definición sintética de los caracteres de las dos familias cuya sangre llevo.

En términos muy generales, “los Meléndez” podrían considerarse dinámicos, nerviosos, amantes de la aventura y los placeres; tanto como asiduos buscadores de dinero.

Calle Juárez (esquina con Colegio Civil)

En tanto que “los de la Peña” se singularizan, en su mayoría, por ser linfáticos, honorables y bondadosos. Más cerebrales que aquellos, y poco golosos. Pasan por la vida sin pena ni gloria, sorteando con no poca torpeza los tropiezos económicos, de los que fácilmente salen airosos los Meléndez, aunque casi siempre maltratados, por lo poco convencional de los métodos a que suelen recurrir. De lejos en lejos entre los de la Peña se destaca uno que otro por triunfos tales que están fuera del alcance de los Meléndez, quienes, repito, los consiguen a porrillo, pero poco espectaculares y no siempre del todo ejemplares.