Frutos de Sangre

Nostalgia, charlas, comentarios

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Frutos de Sangre

(Apuntes sobre Iturbide, N, L.)

Fernando Diaz de la Peña

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Voces

Por la ventana del cuarto, a través

del durazno que parece extender

sus ramas hacia mí, escucho el canto

de un gallo que nunca veré.

Y las voces de las madres

que también son hermanas,

que fueron novias -quizá

aún lo son, en su pecho,

en el de otro.

Y sé que su voz

no tiene más sentido,

ni menos,

que el viento entre las ramas.

Hoy, domingo en la mañana,

aunque el cáliz ya no tenga el sabor

de la sangre de Cristo, algunas mujeres

y algún hombre volverán a ocupar

las viejas bancas en lo obscuro

porque lo recuerdan sus bocas

al cantar

una espiga dorada por el sol

un racimo que corta el leñador

se convierte ahora en pan y

vino de amor …

mientras, cruza la plaza una vieja renegrida

y jorobada, horrible y hermosa

como cien años juntos.

Apenas puede caminar y lo seguirá haciendo

quizá por años.

Aquí también hay jóvenes.

Retratos

Mi abuela Pola, madre

y curandera, hacía queso,

hacía pan, tocino.

Tenía la mano dura

e inflexible. Quizá por eso

a veces sus hijos callan cuando debieran

hablar.

O gritar.

Niño, yo sólo veía en los retratos

su mirada de muerto.

Y mientras mi abuelo Elías

desde la huasteca veracruzana

enviaba dinero, ella,

partera del pueblo,

recetaba hierbas educando a sus hijos

en el esfuerzo. Crecieron

con las manos en la tierra

y los ojos en las nubes

(Aquí no llueve como antes).

Pagaba a los peones

mejor que otros, platica orgullosa

mi madre. Con el esfuerzo de ellos,

de sus hijos -y el de otros-

fue comprando casas, terrenos

donde ahora viven sus hijos,

sus nietos. Donde ahora escribo esto

y los veo.

En el huerto de mi abuelo.

Más de ochenta años, cubeta en mano,

regaba duraznos,

manzanos, aguacates (ellos

también lo querían).

Desde aquí veo sus ojos de higo

negro, su voz, su andar de arroyo

que busca el mar.

Nos quedan algunos nogales

entre las casas recientes.

¿Qué más?. Injusticia. Ya es de noche,

un niño ayuda a cargar

un costal en la espalda de su madre.

¿Callar? o ¿Cantar?

Un hombre que ve su juventud

como un sueño sin sueños,

¿Qué ve en los jóvenes?.

Si hay dolor y ansiedad

en sus ojos y en sus manos,

¿Debe el hombre

callar?

¿Ver y callar?

¿A veces, cantar?.

¿Qué derecho tiene la herida

sobre la espina?.


Frutos de Sangre

Aquí, decía, también hay jóvenes.

Y aunque el arroyo ya no lleva agua,

aunque el alcohol haga estragos

también entre ellos, a veces,

por las noches, en los callejones,

los novios se encienden como frutos.

Yo recuerdo una novia, mi primer novia,

y quiero a este pueblo hermoso,

a sus frutos de sangre.