Los Mineros

Actas, Informes, Cuentos y Leyendas

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Los “Mineros”

Erase que se era un pueblo en que la costumbre marcaba que si los hombres no sostenían una familia por lo menos se debían mantener a sí mismos, pero “llegó gente de fuera” y con ella “las malas mañas”.


Aureliano: Como por San Pedro pasaban muchos arrieros que por las noches soltaban sus recuas para que pastaran y descansaran, se acordó dividir la Sierra Sarnosa en potreros de agostadero, y para construir las cercas de piedra se contrató a jornaleros de San Luis, recomendados por los mismos arrieros.


Poco antes había llegado al pueblo un joven de Rayones, Aureliano, quién solicitó y obtuvo trabajo como capataz de los jornaleros.


Cayetana era maestra de la escuela local, hija de familia con algo de dinero y tierras, una de cinco hermanas acostumbradas a no apegarse demasiado a las reglas convencionales. Le gustó Aureliano, le compró ropa, y se casó legalmente con él.


Poco a poco fue preparándolo para que administrara sus bienes y participara en la política local. Así llegó a ser “don Aureliano” y Alcalde de Iturbide.


Como ella no le dio hijos, aceptó como propios dos que él tuvo con otras mujeres. Al morir Cayetana dejo a “la niña” como heredera universal.


Teófilo: Llegó de Veracruz al pueblo con su tío, el padre Juan, cuando éste fue Vicario de la Villa durante tres años. María no se anduvo con remilgos y le insinuó su interés, pues los hombres jóvenes del pueblo que no se había llevado el ejército se habían ido a buscar trabajo en otras partes.


Teófilo aprovechó la oportunidad, y mientras su mujer tenía hijos él lo mismo se dedicó a sembrar hortalizas o a la enfermería humana y veterinaria: ponía inyecciones a sus vecinos o les curaba el ganado, pues en el pueblo no había médico.


En un pleito Gamaliel y Alfonso le quebraron el craneo a Moisés, y fue Teófilo quien lo curó con vinagre y miel de abeja mientas estuvo inconciente. De ese incidente a Moisés además de las cicatrices le quedó el sobrenombre de “La Jícara”, que fue lo que le quebraron, y sobrevivió a Teófilo por muchos años.


Arturo “Tirado”: Al enviudar Teté quedó con algunas propiedades y animales que habían sido de su marido, además de dos hijos pequeños.


Arturo, vecino de Linares, se decidió a “salvar esa familia” y le propuso matrimonio a la viudita.


Ya casados, Arturo decía que iba “a ver a los animales”, pero los parientes y vecinos de ella lo veían acostado a la sombra de algún árbol, por lo que le pusieron el sobrenombre de “Tirado” o Arturo Tirado.


Poco a poco se fue acabando lo que dejó el primer esposo, y sus hijos tuvieron que empezar a trabajar desde muy jóvenes para sobrevivir, que “perro que no sale no encuentra hueso”.


Como decía el filósofo de La Loma: No “ocupo” trabajo, lo que “ocupo” es dinero.

Las “Muchachas” Viejas

Hasta fechas recientes ha sido común la creencia de que las mujeres independientemente de su estado civil no deben de andar solas en la calle, por lo menos debe acompañarlas algún niño “para que les dé respeto”, pero no todas las del Pueblo han estado dispuestas a aceptar “la protección” de algún varón. Hasta se tiene el dicho de que “más vale bien quedada que mal casada”, por aquello de que “se quedó” a vestir santos o solterona.


Algunas de estas “muchachas” lograron dejar un recuerdo perdurable en los habitantes de la Villa, como Rebequita, Rosita o la tía Natalia.

La “señorita Rebeca”

Rebeca fue maestra de la escuela local por algunos años, pero casi toda su vida se encargó de la oficina de correos y los fines de semana enseñaba catecismo en la vicaría: algunos dicen que “todo” pasaba por sus ojos, de ser así que buena historia habría escrito ella (Gómez D., Monografías … I, p. 44).

Rosita y Altagracia

Estas hermanas después de la Revolución pusieron una tienda frente a la plaza, en la que también vendían mezcal. Cuando principió lo de la Reforma Agraria su hermano fue uno de los líderes y les pidió que “les fiaran” a sus muchachos, pronto se acabó la mercancía de su tienda y por muchos años sólo vendieron dulces a los niños de la escuela y vino a los mayores.


Murió Altagracia, y Rosita quedó sola.


En una de las epidemias que hubo por entonces murieron en el pueblo algunos arrieros, y quedaron huérfanos algunos niños. La autoridades municipales pidieron a los vecinos que tuvieran la posibilidad se hicieran cargo de alguno de éstos, mientras era reclamado por los familiares. Rosa adoptó a Mauro, quien para bien o para mal le hizo compañía por muchos años.

Tía “Natalia´s Dancing Club”

No sabemos si la tía Natalia se quedó soltera por decisión propia o por la fuerza del destino, lo cierto es que era muy miope y toda su vida “le hizo casa” a su hermano Lino, quien también era soltero.


La casa de los tíos era pequeña y estaba a la orilla de una huerta, así es que el tiempo que se ahorraban en asearla lo invertían en el cultivo, cosecha y procesamiento de la fruta: la vendían fresca, hacían orejones o pasas, preparaban jaleas, conservas y cajetas o ate.


Claro que eso como otras muchas actividades de la vida en el campo era cíclico, por lo que a la tía le quedaba tiempo para visitar a los sobrinos y, ¿por qué no?, hasta para ir a los bailes.


Como le gustaba bailar, estaba miope y tenía muchos sobrinos, cuando había alguna fiesta en el pueblo se pasaba toda la noche bailando, pero cuando regresaba a su asiento la pregunta infaltable para el vecino era: ¿con quién bailé?.


Así aprendieron a bailar varias generaciones de sampetrinos.

¡El Qué Bailó, Bailó … !

Doña Patricia tenía varias hijas y muchas sobrinas. Como sabemos, las mujeres no debían de andar solas por la calle, y menos en la noche (San Pablo, Ef. 5:22-3).


Cuando llegaba a haber algún baile en San Pedro, ella se hacía acompañar por alguno de los niños de la familia y llevaba “al viejerío” al Salón.


La cosa marchaba muy bien y todo era felicidad hasta que doña Patricia se ponía de pie, lo que era señal de que había que regresar a casa.


¡Allí era el llorar y crujir de dientes!, pues comenzaban los lamentos de los galanes:

-No se vayan, doña Patricia, ¡yo no he bailado!.


La respuesta invariable de doña Patricia era:

El qué bailó, bailó; yo me llevo a mis muchachas!.