Tutti Frutti

Moises T. de la Peña Meléndez

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Tutti Frutti

Himno a “la Cobija de los Pobres”

A principios del siglo XX, Don Moy era un niño que todavía mojaba la cama todos los días, pero no le gustaba que sus hermanos mayores se burlaran de él, así es que procuraba levantarse antes que ellos e irse a sentar a la tapia del corral para que lo secara el sol. Como allá se aburría solo, pronto inventó una tonadilla:

¡Ven, sol, seca bien

que en un charco me caí

porque al charco no lo vi!


Cita en el Infierno

Isaías, el tercero de los hermanos de Don Moy (7a. G), de pequeño, cuando sus padres vivían en el Saucillo, estuvo en casa de su abuela Doña Rita para poder asistir a la escuela.

Como Don Pablo Meléndez tenía muchas vacas, en casa siempre había carne seca y quesos, pero la viejita no quería gastarlos. Al grado de que a veces se tiraban costales de carne apolillada y los quesos se amontonaban en un zarzo que pendía de una viga del techo mediante un carrillo o carrucha y una cuerda atada a una alcayata.

Isaías un día se decidió y fue a robarse un queso, pero el zarzo pesaba más que él y, al desatarlo de la alcayata, la cuerda lo levantó mientras el zarzo bajaba.

Afortunadamente Don Pablo iba con la misma intención y lo rescató. Cogieron sus quesos, de paso se robaron también unos pilocillos, y se fueron a comérselos al arroyo.

Ya de viejo recordaba el hambre que había pasado en esa época y decía que tenía con su mamá grande una cita en el infierno.


Cuentas Saldadas

A principios del siglo pasado en Iturbide no había detergente para los trastos ni shampoo, pero al tallar la lechuguilla para sacar el ixtle quedaba el guise, y las raíces gruesas o amoles servían para lavarse el pelo.

El guise lo ponían a remojar en una jarra u olla y con él lavaban los trastos.

El año siguiente al incidente del “robo” mandaron a Isaías a la casa de uno de sus tíos en Linares, para que siguiera estudiando allá la primaria. Él hubiera preferido quedarse en El Saucillo.

Años después contaba a sus hermanos cuál había sido su venganza por haberlo mandado en contra de su voluntad: el día que se fue se levantó muy temprano y se orinó en la jarra del guise.


¡De los manquitos, peneco!

En los años anteriores a la Revolución, Don Pablo de la Peña tenía un tendajo al lado oriente de la iglesia de San Pedro, llamada “La Montañesa”, pero también tenía catorce hijos dispuestos a “cajearlo”.

Un día, mientras él dormía la siesta después de comer, los dos más chiquillos vieron su oportunidad, pero como no alcanzaban a ver lo que había dentro del cajón del mostrador, el mayorcito, Jorge, se estiró y metió la mano ... alcanzó a tocar algunas monedas, eligió una de las más grandes y se la pasó a su hemanita Miner, quien viendo que era de las de cobre de inmediato protestó: “¡de los manquitos, peneco!” (que eran las de plata).


La Madre de los Profetas

Ya para la segunda mitad de los años veintes la familia de la Peña Meléndez vivía en Saltillo. La mayor de las hermanas, Concha, se había casado con José de Jesús Flores, un militar que nunca resistió la tentación de jugar con sus cuñaditos, hasta que lo hacían renegar y entonces pedía auxilio a su suegra: ¡Mamá!, ¡mamá!. Ésta tenía suficiente quehacer con su anciano padre, su docena de hijos y los primeros nietos que principiaban a llegar. Así es que el valiente combatiente no tardaba en protestar: ¡Mal haya la madre de los profetas! (sus cuñados: Elías, Isaías y Moisés).


¡Tú, Demonio!

Aunque la “mamá Anita” siempre tuvo fama de ser “un alma de Dios”, también había momentos en que entraba en su papel de “madre de los profetas”, y al quererle llamar la atención a alguno de sus hijos principiaba nombrándolos: Elías, Isaías … ¡tú, demonio!.

Su Gusano Quemador

Con el siglo XX, llegó también a la familia la liberación femenina, así es que a veces Miner le daba al soldadote de casa sus manazos, y éste para variar pedía auxilio a su suegra: ¡Mamá!, ¡mamá!, ¡mire a su gusano quemador! (pues era la más “prieta” de la familia).


Sin Palo Ni Piedra

Un día en que Humberto (8a. G.) hizo alguna de sus diabluras, salió corriendo de su casa y su mamá tras él con un chicote. Al dar vuelta en la esquina, Humberto no vio que delante había una escalera y topó con ella. Doña Pola dejó de seguirlo, aclarando: “Dios castiga sin palo ni piedra”. Claro que de inmediato vino la respuesta: “¡si, sin palo ni piedra!, y ¿entonces de qué es la escalera?”.

Compra y Venta del Caballo

Para la segunda mitad de los años treinta ya habían regresado a Iturbide algunas de las familias que había huido a fines de la Revolución. Como los “revolucionarios” se habían robado todo el ganado que pudieron y todavía no llegaban los carros al pueblo, los adolescentes soñaban con conseguirse un buen caballo.

Humberto veía que algunos de sus amigos ya habían logrado que sus padres les compraran el suyo, así es que a toda hora le insistía a doña Pola que él también quería uno. Cuando al fin lo tuvo, no faltó un hombre mayor que de inmediato ofreció comprárselo a “muy buen precio”, y él aceptó. Al comentarlo con Doña Pola, ésta le dijo que el precio que ella había pagado era mayor al que él convino en la venta.

Humberto propuso como solución el no entregar el caballo, pero Doña Pola le dio una lección: En la familia los hombres tiene palabra, la próxima vez, antes de hacer un trato infórmate.


Genio y Figura … ¿o Será “Genético”?

Don Humberto (9a G,), ya viejo, estaba sentado a la sombra tomando agua fresca, a la 2 pm, de una calurosa tarde de verano, cuando vio acercarse a su sobrina nieta Érika (11a G,), de ocho o diez años, toda sudorosa y cargando a la espalda una gran mochila de libros y otros tantos en sus brazos.

Él, con “toda la candidez” que le era característica, preguntó:

- ¿De dónde vienes, muchacha!

La respuesta fue:

- ¡De Acapulco! … ¿qué no ve!

Las carcajadas de Don Humberto enteraron del incidente a todo el barrio en “tiempo real”.


Los Tiempos Cambian … y con Ellos las Costumbres

En México hasta principios del siglo XX “era necesario” tener por lo menos una docena de hijos por matrimonio, pues se necesitaban brazos para el trabajo del campo y para proteger de los animales salvajes y de los bandidos las propiedades, además de que si había una epidemia o una guerra éstas se llevaban buena parte de la población y la mortandad infantil era alta; así es que no se toleraba que hubiera solterones.


Cuando el jefe de familia lo creía adecuado “arreglaba” las bodas de los hijos con las hijas de familiares o amigos con quienes consideraba conveniente emparentar, de preferencia que tuvieran las mismas creencias y costumbres, ya fueran de la misma comunidad o de los pueblos vecinos; los galanes nada más se presentaban “a recoger el encargo” (Gn. 28:1-3).


En el caso de las mujeres la situación podía ser un tanto diferente, pues si algunas “se quedaban a vestir santos” no era mal visto que se les dejara “para el gasto”, pues también en la casa había mucho trabajo por hacer y no siempre había la misma proporción de hombres y mujeres.


Cuando era un viudo quien buscaba otra esposa la costumbre era que al casarse le entregara a ésta la dote, pues así en caso de que él muriera antes que ella la familia no podía negarle su parte de la herencia.


Quienes vivimos durante el siglo XX fuimos testigos de la desaparición de estas costumbres.


Actualmente los jóvenes, tanto hombres como mujeres, sobre todo los “milenials”, prefieren la soltería, no tener hijos y viajar por el mundo. En caso de casarse sus parejas pueden ser “vecinos” de otros países o continentes, forman matrimonios interconfesionales (si son practicantes), que no tienen por que ser “para toda la vida”, y si tienen hijos rara vez éstos son más de dos. Aún así ahora somos más de 130,000,000 de habitantes en México y de 7,500,000,000 en el mundo.


Dichos tradicionales de Familia

Más vale “bien quedada” (se quedó sin casar) que “mal casada”.

Hay que estar cerca de las mujeres chiquillas y de las que se están quedado solteras, de las primeras por zonzas y de las últimas por arrebatadas.

Perro que no sale no encuentra hueso.