Desviejadero - El Éxodo
“Desviejadero”
En fin, los últimos cinco años han sido de franco “desviejadero” entre la parentela:
Primero murió María Meléndez, prima hermana de mi madre, con 90 años a cuestas, en Ciudad de México.
Su hermana María Antonia (ambas hijas de Don Ascensión), acaba de morir a fines de 1,976, también en México, con 99 años.
La última hermana de mi padre, Altagracia, murió en Iturbide en 1,971, a los 94 años de edad.
Marcela Meléndez, prima hermana de mi madre, murió en Linares, de 103 años bien llevados; y su hermano Cristóbal, esposo de mi hermana Irene, murió en 1,971, también en Linares y de 85 años (ambos hijos de Don Luis).
Mi hermana Concha acaba de morir en México a los 89 años.
El año pasado murió Juanita Meléndez, también prima de mi madre (hija de Don Ignacio, de Cedral, S, L. P.), en Monterrey, batiendo la marca de longevidad con sus 110 años.
El Éxodo
En lo anterior contamos sólo lo casos que han llegado a mi conocimiento de los parientes más cercanos, sin embargo, desconozco el destino de la gran mayoría, por la dispersión operada desde los inicios de la Revolución y agravada desde septiembre de 1,918, cuando fue asaltado y masacrado Iturbide por una partida de bandoleros, hasta quedar totalmente despoblado por varios años.
El éxodo masivo y violento en esa época todavía lejana de la fiebre migratoria, apenas es un anticipo de lo que acontecerá en todo el país durante las últimas décadas del siglo, en que adquirirá categoría de febril estampida hacia los centros urbanos, debido a la creciente presión demográfica y con ella la intolerable pobreza rural y el desempleo, las ansias de mejoría económica y social para los hijos, y la repulsa, en suma, de un medio rural cada vez más hostil.
La desordenada concentración urbana, actualmente en agudo proceso, es hija de la Revolución, cuyos principios de justicia social más de sesenta años después no acaban de cristalizar, por una medrosa actitud ante el natural choque de intereses y por la artificiosa contemporización que conduce al enriquecimiento ilícito de los hombres que trepan al poder público en contubernio con los explotadores de la iniciativa privada, y su consecuente traición a esos principios. Cada sexenio produce una creciente hornada de millares de nuevos millonarios que necesariamente se tornan enemigos de las masas empobrecidas. Ello, como es de rigor, acentúa el malestar y la pobreza de las mayorías, lo que las acerca al momento de explotar, acabando de desquiciarlo todo.
Tengo una larga lista de la propiedad rústica del último tercio del siglo XIX, toda de pequeñas propiedades, como predominaban ya entonces en Nuevo León, y que se refiere al gran Municipio de Galeana: 7,456 kms² (mayor que los estados de Tlaxcala: 4,027 kms², y Aguascalientes: 6,472 kms²), y a los municipios menos grandes de Aramberri, Iturbide, Linares y Rayones (todos colindantes). Entre los pequeños propietarios abundan los de apellido “de la Peña” y no pocos “Meléndez”, aunque éstos últimos se orientaron más bien al comercio. Ahora no hay ni uno, ni siquiera entre los ejidatarios.
Estos rancheros, en gran número, figuraron entre la oficialidad del aguerrido “Ejército del Norte”, bajo el mando del Gen. Mariano Escobedo, y constan con su gradación en las listas de reparto de tierras nacionales, entre ellas la enorme hacienda de Pablillo y El Canelo, cedida graciosamente a la Nación por su propietaria –una viuda sin hijos-. Cuando era Ministro de la Guerra, Escobedo mismo o alguno de sus delegados les entregó esas tierras en pago de haberes atrasados que les adeudaba la Nación, acumulados en la prolongada lucha durante las guerras de Reforma, la Intervención y El Imperio.
Su indudable apretada descendencia en el sur del Estado durante el último tercio del siglo XIX e inicios del XX, debe haber sumado centenares de familias de esos apellidos y, sin embargo, con o sin propiedad rústica, de hecho han desaparecido de la región, quedando tres o cuatro familias jóvenes en Iturbide, no más de dos en Linares, y nada más.
Pese a los muy graves problemas que entraña la desbandada hacia lo urbano, ella traerá inevitablemente la aceleración del desarrollo del país, y pronto, so pena del más trágico desastre nacional. Se revivirán las zonas rurales industrializándolas. Vendrá pronto como respuesta urbana, por las buenas o por las malas, la elevación del nivel cultural y la erradicación de la pobreza del campesino, con la justicia social y el bienestar propios de los países desarrollados.
Iturbide ( panorámica desde curva detras de la Iglesia )
Esperaré ese inevitable acontecimiento aquí, en Iturbide (de paso le quitaremos este vergonzoso nombre), yo o los huesos que de mí queden. Pues no demorará más de diez o veinte años, ya que no hay país que se suicide, y México haría explosión en menos de diez años de seguir las cosas como van. Eso no podrá ser, no deberá ser.
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He aquí que, sin quererlo, acabo estas notas dándomelas de “pitoniso”, lo cual me parece ridículo. Quizá ello no sea sino una travesura de “lo Meléndez” que llevo en la sangre ¡felizmente!, que me orilla a enseñar la pasta de chiflado que al fin y al cabo no es, a mi parecer, otra cosa que una manifestación de la exuberancia y el placer de vivir, como antes dije. Al menos el pensarlo así supone para los míos una reivindicación.
Moisés T. de la Peña
Primeros “apuntes”: Iturbide, Nuevo León, diciembre de 1,964.
“Notas finales”: Saltillo, Coah., diciembre de 1,976.