_ Voces Por la ventana del cuarto, a través del durazno que parece extender sus ramas hacia mí, escucho el canto de un gallo que nunca veré. Y las voces de las madres que también son hermanas, que fueron novias -quizá aún lo son, en su pecho, en el de otro. Y sé que su voz no tiene más sentido, ni menos, que el viento entre las ramas. Hoy, domingo en la mañana, aunque el cáliz ya no tenga el sabor de la sangre de Cristo, algunas mujeres y algún hombre volverán a ocupar las viejas bancas en lo obscuro porque lo recuerdan sus bocas al cantar una espiga dorada por el sol un racimo que corta el leñador se convierte ahora en pan y vino de amor … mientras, cruza la plaza una vieja renegrida y jorobada, horrible y hermosa como cien años juntos. Apenas puede caminar y lo seguirá haciendo quizá por años. Aquí también hay jóvenes. Retratos Mi abuela Pola, madre y curandera, hacía queso, hacía pan, tocino. Tenía la mano dura e inflexible. Quizá por eso a veces sus hijos callan cuando debieran hablar. O gritar. Niño, yo sólo veía en los retratos su mirada de muerto. Y mientras mi abuelo Elías desde la huasteca veracruzana enviaba dinero, ella, partera del pueblo, recetaba hierbas educando a sus hijos en el esfuerzo. Crecieron con las manos en la tierra y los ojos en las nubes (Aquí no llueve como antes). Pagaba a los peones mejor que otros, platica orgullosa mi madre. Con el esfuerzo de ellos, de sus hijos -y el de otros- fue comprando casas, terrenos donde ahora viven sus hijos, sus nietos. Donde ahora escribo esto y los veo. En el huerto de mi abuelo. Más de ochenta años, cubeta en mano, regaba duraznos, manzanos, aguacates (ellos también lo querían). Desde aquí veo sus ojos de higo negro, su voz, su andar de arroyo que busca el mar. Nos quedan algunos nogales entre las casas recientes. ¿Qué más?. Injusticia. Ya es de noche, un niño ayuda a cargar un costal en la espalda de su madre. ¿Callar? o ¿Cantar? Un hombre que ve su juventud como un sueño sin sueños, ¿Qué ve en los jóvenes?. Si hay dolor y ansiedad en sus ojos y en sus manos, ¿Debe el hombre callar? ¿Ver y callar? ¿A veces, cantar?. ¿Qué derecho tiene la herida Frutos de Sangre Aquí, decía, también hay jóvenes. Y aunque el arroyo ya no lleva agua, aunque el alcohol haga estragos también entre ellos, a veces, por las noches, en los callejones, los novios se encienden como frutos. Yo recuerdo una novia, mi primer novia, y quiero a este pueblo hermoso, a sus frutos de sangre.
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