¡Se lo Han de Tragar los Perros! A Juan, uno de los hijos menores, que era sordomudo, doña Mónica lo puso a cuidar las pocas cabras que tenían. David,
otro de los vecinos del pueblo que acababa de regresar, compró una vaca
con becerro, pero no tenía donde echarla a pastar, por lo que todos los
días después de ordeñarla y amamantar al becerro la arreaba seguido por
su perro hasta el Puerto de la Sarnosa, “al fin que allá no está
cercado”. Un día la vaca llegó hasta la huerta de doña Mónica e hizo destrozos, por lo que ella y David tuvieron una discusión. Tiempo
después David principió a sufrir de dolores abdominales y alguien le
dijo que seguramente doña Mónica “le había puesto un mal”. David, para
vengarse, asesinó al pastor sordomudo y cubrió el cuerpo con nopales. Esa
tarde, cuando llegaron las cabras solas al rancho, los del pueblo
principiaron a buscar al muchacho, pero lo hallaron hasta días después. Uno de los que estuvieron presentes cuando descubrieron el cadáver comentó que alcanzó a oír cuando la madre dijo: - ¡Malditos, pero al que lo mató se lo han de tragar los perros!. Días después David fue como de costumbre a encaminar la vaca, pero no volvió. Los amigos y parientes anduvieron buscándolo por La Sarnosa, sin encontrarlo. Un
familiar de David notó que aunque el perro no se tragaba lo que le
daban, no enflacaba, y todos los días se iba con rumbo al Puerto, por lo
que se propuso seguirlo. Fue entonces cuando hallaron parte del cuerpo
tras una de las cercas de piedra que van por el filo de la sierra. Antes de la Revolución Graciano había sido Alcalde, comerciante y tenido ranchos en Iturbide donde producía vino mezcal. Durante
los años de “La Bola” se estableció como comerciante en Linares, y
cuando pensó que había vuelto la paz regresó a San Pedro. Sin embargo,
“la calma” era sólo aparente, pues entre los nuevos habitantes de la
Villa habían llegado algunos cuatreros, marihuaneros y hasta matones. Un
día Graciano, que estaba medio sordo y hablaba a gritos, comentó que
iría a la Sierra para ver como iban los ranchos, por lo que su casa y
tendajo quedarían a cargo de su esposa, doña María de Jesús, y su
sirvienta, Andrea. Al
anochecer el día en que Graciano se fue, cuando doña Jesusita iba a
cerrar la tienda llegaron unos hombres con la cara cubierta, y como no
les gustó que fuera tan poco el dinero que había allí, la golpearon en
forma salvaje para que les entregara “lo que tenían escondido”. Andrea
al oír los gritos salió corriendo por el corral para ir a pedir auxilio
a los vecinos, pero para cuando llegaron éstos los ladrones ya habían
huido y dejaron a doña María de Jesús malherida. Aunque
los maleantes se cubrían el rostro Andrea reconoció las voces y los
denunció, pero las “autoridades” del pueblo no hicieron nada porque no
querían echarse enemigos, y la población siguió en la indefensión. Doña
Jesusita murió a los pocos meses, Andrea se fue del pueblo, y a Enrique
y Benjamín, que siguieron en lo mismo, años después los cazó la Policía
Rural de Linares en aquel Municipio. |